Esto de los árboles me recuerda un cuento que escuché en la radio a Alvaro Cunqueiro en 1957: Había una vez en el Japón, un matrimonio anciano y sin hijos que eran los amos de Ki, un perrillo al que cuidaban y mimaban, y le daban de comer buenos trozos de atún, que era su comida favorita, y arroz con pescuezo de pollo. El perro adoraba a sus amos, y guardaba la casa. Les traía buena suerte, pues un un día encontró en su jardín una olla llena de monedas de oro, con la que los viejos dieron limosna a los pobres. Tenían por vecino a un hombre malo, llamado Kuomi, que por envidia mató al perro y lo enterró al pie de un pino. Un día el perro se apareció a su amo, meneando la colita, y le dijo que recogiese cenizas, y que cuando las usase en algo, vería qué maravillas haría con ellas. El viejo guardó unas cenizas en una cajita. En su huerto había un cerezo que aquella primavera no había florecido. Echó entre sus raíces las cenizas y el cerezo floreció más bellamente que nunca. La fama del viejo y su magia se corrió por todo el Japón, y lo llamaban donde de todas partes donde habían árboles que habían sido muy queridos, porque habían sido plantados por los padres de los padres de los padres, y habían dejado de vivir. Y todos los árboles resucitaban. El Mikado otorgó al viejo, el título nobiliario más hermoso dado por un rey: "Anciano noble y bondadoso que hace florecer los árboles secos". Es muy recomendable la lectura de un libro que cuenta la historia de "El hombre que plantaba árboles", fue escrito por Jean Giono.
Esto de los árboles me recuerda un cuento que escuché en la radio a Alvaro Cunqueiro en 1957: Había una vez en el Japón, un matrimonio anciano y sin hijos que eran los amos de Ki, un perrillo al que cuidaban y mimaban, y le daban de comer buenos trozos de atún, que era su comida favorita, y arroz con pescuezo de pollo. El perro adoraba a sus amos, y guardaba la casa. Les traía buena suerte, pues un un día encontró en su jardín una olla llena de monedas de oro, con la que los viejos dieron limosna a los pobres. Tenían por vecino a un hombre malo, llamado Kuomi, que por envidia mató al perro y lo enterró al pie de un pino.
ResponderEliminarUn día el perro se apareció a su amo, meneando la colita, y le dijo que recogiese cenizas, y que cuando las usase en algo, vería qué maravillas haría con ellas. El viejo guardó unas cenizas en una cajita. En su huerto había un cerezo que aquella primavera no había florecido. Echó entre sus raíces las cenizas y el cerezo floreció más bellamente que nunca. La fama del viejo y su magia se corrió por todo el Japón, y lo llamaban donde de todas partes donde habían árboles que habían sido muy queridos, porque habían sido plantados por los padres de los padres de los padres, y habían dejado de vivir. Y todos los árboles resucitaban. El Mikado otorgó al viejo, el título nobiliario más hermoso dado por un rey: "Anciano noble y bondadoso que hace florecer los árboles secos".
Es muy recomendable la lectura de un libro que cuenta la historia de "El hombre que plantaba árboles", fue escrito por Jean Giono.