Recordaba aquellas noches mágicas de verano, cuando era niño. Desde el ventanuco de la buhardilla de su casa, en el bosque de Esmelle, donde vivía con su abuelo, observaba a lo lejos, fascinado, los fuegos artificiales que, para San Roque, se lanzaban cuando el viejo Merlín los traía a la aldea. El miedo a los lobos le impidió siempre acudir a verlos más de cerca. Años después, en Valencia, lejos de casa, cada vez que contemplaba los castillos de luz en el cielo, al lado de su amada, sentía que allí, junto a ella, tendría siempre su hogar.
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ResponderEliminarRecordaba aquellas noches mágicas de verano, cuando era niño. Desde el ventanuco de la buhardilla de su casa, en el bosque de Esmelle, donde vivía con su abuelo, observaba a lo lejos, fascinado, los fuegos artificiales que, para San Roque, se lanzaban cuando el viejo Merlín los traía a la aldea. El miedo a los lobos le impidió siempre acudir a verlos más de cerca. Años después, en Valencia, lejos de casa, cada vez que contemplaba los castillos de luz en el cielo, al lado de su amada, sentía que allí, junto a ella, tendría siempre su hogar.
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